Buenos días a todos. Quiero saludar y agradecer a las autoridades del Museo encabezadas por su presidente Marcelo Mindlin -que me ha invitado a mí y parte de mi Gabinete a tan importante acto-, también a los sobrevivientes del Holocausto y sus familias que hoy nos acompañan, y a todos los presentes que se han acercado en esta fecha tan conmovedora. Hoy, como todos los 27 de enero, desde hace ya 19 años, en distintas partes del mundo, nos juntamos para recordar un nuevo Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto.
Este aniversario particular tiene para mí una carga emocional y simbólica muy especial. Por un lado, porque se cumplen 80 años de la liberación de Auschwitz-Birkenau, y por el otro, por la liberación de los rehenes en Gaza, que ha comenzado hace algunos días. Sin duda, el Holocausto fue uno de los horrores más grandes que ha sufrido la humanidad en toda su historia, y que -a su vez- deja una mancha imborrable en la conciencia de generaciones pasadas, presentes y futuras. Por eso, hoy estamos aquí con el deber y la responsabilidad de no olvidar, de seguir recordando por todas las víctimas de aquel entonces y por todas las víctimas que se sigue cobrando el culto a la intolerancia, el odio y la muerte; ayer disfrazado de nazismo, hoy disfrazado de fundamentalismo.
Y ojo con los que, de forma banal, revolean acusaciones y categorizaciones de nazi a cualquiera que no coincida con su forma de pensar, tal como lo hicieron expresiones de izquierda en todo el mundo, por ejemplo, con mi amigo Elon Musk, que es un defensor intachable del Estado de Israel. Pero no nos debería sorprender porque hartas veces estas falsas acusaciones vienen de los mismos que defienden a los terroristas de Hamás y despotrican en contra del Estado de Israel.
Pero ¿qué sentido tendría el recuerdo de la tragedia si no obtenemos de ella una lección que se ajuste en nuestros tiempos? Durante la Segunda Guerra muchos de los líderes, por aquel entonces, no alzaron su voz cuando la masacre ocurría delante de sus narices. Con su silencio también se volvieron, de alguna forma, cómplices de la tragedia – porque como siempre digo – es el silencio de los buenos lo que permite la barbarie de los malos. En palabras de Elie Wiesel, sobreviviente de Auschwitz y Premio Nobel de la Paz: “la indiferencia no es un principio, es un fin y, por lo tanto, la indiferencia siempre es amiga del enemigo porque beneficia al agresor, nunca a su víctima cuyo dolor se magnifica cuando se siente olvidada”.
Hoy, lamentablemente, el mundo está viviendo una situación que cada vez tiene mayores similitudes con lo que ocurría previo al inicio del Holocausto. La presente hora mundial nos demuestra, a diario, con cada ataque a Israel, que el antisemitismo y el odio hacia la civilización occidental están más vigentes que nunca, lo que nos obliga a no claudicar en nuestra lucha. Como ya lo mencioné antes: el enemigo puede cambiar de estandarte, pero su miserable causa permanece intacta. Los grupos terroristas que hoy existen -de tener la capacidad- exterminarían sin pensar al pueblo judío y borrarían si pudieran al Estado de Israel.
Por eso, los que hoy comandamos naciones tenemos la obligación y la responsabilidad de no cometer los mismos errores que los líderes del pasado. El silencio o mirar para el costado ya no es una opción. Alzar la voz en contra de la intolerancia antisemita y en contra del terrorismo es un deber.
Nada es casual, la Parashá de esta semana habla de la epopeya del pueblo judío para salir de la esclavitud y conquistar la libertad. Existía un faraón que quería esclavizar y exterminar a un pueblo, pero también un Moisés que -con firmeza y convicción- alzó su voz y sin miedo exclamó: “Sí, todos ustedes están equivocados, el Faraón y toda su nación: la libertad no sólo es posible sino obligatoria”.
Pero, en aquel momento, la Torá nos cuenta que no solo el faraón no escuchó, sino que, incluso, el mismo pueblo hebreo tampoco lo escuchaba. De hecho, esta semana, en la Parashá estamos recordando las últimas tres plagas: la plaga de las langostas, la plaga cuando se oscureció tres días, el eclipse de tres días, y la de los primogénitos, que fue lo que terminó destrabando la salida del pueblo judío hacia la Tierra Prometida. Por lo tanto, también, esta semana nos tiene que dar esperanza de que vamos a triunfar y nos vamos a imponer sobre el mal, como se logró allá en Egipto.
El Pasuk dice: “Y el pueblo no escuchó a Moisés debido a su estrechez de espíritu y a su duro trabajo”. Estaban tan sumidos en su esclavitud que ni siquiera ellos podían soñar con la libertad. A veces el mundo es tan angosto y corto de mente que muchos no están siquiera preparados para escuchar el mensaje de la libertad. Y, por eso, quiero aprovechar para agradecer el compromiso al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, al cargarse al hombro las negociaciones que permitirán que los rehenes puedan volver a casa; entre ellos, los nueve argentinos que aún permanecen secuestrados y por cuya liberación exigimos la máxima celeridad.
Porque, al fin y al cabo, en lo que respecta a las tragedias pasadas y presentes, existe un hilo conductor histórico de fundamentalismo intolerante, una ideología de destrucción que ha tenido diferentes caras, pero que, en esencia, representa el mayor obstáculo hacia la construcción de un mundo libre, un mundo por el que no dejaremos de luchar hasta el último día de nuestras vidas.
Por eso, al igual que ayer, hoy decimos y seguiremos diciendo una y otra vez: ¡Viva la libertad!